Los exámenes en la Espiritualidad Ignaciana

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Los Exámenes en la Espiritualidad Ignaciana

Fuente: Revista Magis

Edición: 495

Foto:  Marcos Paulo Prado/Unsplash

Al inicio de sus Ejercicios Espirituales san Ignacio pone la práctica de introspección a la que nombra “examen”. No se trata de una evaluación perfeccionista, sino de una búsqueda de vivir cada vez más conscientemente

Toda la espiritualidad ignaciana está enfocada en permitirle a Dios “ordenar” nuestro afecto. Liberar a nuestra conciencia de los dictámenes del ego herido y capacitarnos para ver el mundo desde la experiencia del amor gratuito compartido. Como nos recuerda la 1ª Carta de Juan (4, 18), en el amor no hay lugar para el temor. El miedo sirve de resumen de todos los sentimientos surgidos de las experiencias de desamor de nuestras vidas. El amor de Cristo (de Dios) nos basta para redescubrir nuestra dignidad de imagen divina.

En este camino, la toma de conciencia de nuestra situación, siempre de cara al proyecto de Dios, del Reino, es fundamental. Por eso, san Ignacio pone muy al inicio de sus Ejercicios la práctica de introspección a la que nombra “examen”. No se trata de una evaluación perfeccionista de nuestro ser y nuestro quehacer, sino de una búsqueda de vivir cada vez más conscientemente. De dejar atrás las conductas mecánicas determinadas por el ego y despertar a las infinitas posibilidades de una vida de felicidad plena, centrada en el amor consciente.

A lo largo del texto de los Ejercicios encontramos tres tipos de examen: el Examen de la Oración, el Examen Particular y el Examen de Conciencia.

El Examen de la Oración tiene como objetivo hacer un alto al final de nuestro encuentro con Dios para recoger los frutos que nos ha dejado. Se trata de hacer un pequeño resumen de las 1) luces (qué he entendido sobre Dios, mi entorno, mi persona); 2) mociones (qué invitaciones concretas a tomar decisiones se me han presentado en la oración) y 3) experiencias (vivencias que me transforman internamente, como un cambio de estado de ánimo, sin que impliquen novedades intelectuales ni llamados a alguna acción particular).

En el Examen de Oración revisamos también qué cosas nos ayudaron y cuáles nos estorbaron durante la oración. Terminamos por hacer un pequeño registro en nuestro diario espiritual con los resultados del examen.

Ignacio también recomienda el ejercicio que llama Examen Particular. Describe una práctica muy antigua y extendida en la tradición cristiana. Parte de la constatación de que, según el carácter y el temperamento de cada persona, aparecen tendencias “particulares” a caer en conductas destructivas específicas.

Ignacio invita al ejercitante a hacer una revisión honesta, con base en los siete pecados capitales (gula, lujuria, ira, avaricia, envidia, pereza y soberbia), para reconocer si es que alguno de éstos se presenta con mayor frecuencia en la vida de la persona. De ser así, se sugiere la práctica de llevar un registro de las ocasiones en que uno se sorprende cayendo en ese pecado y esforzarse para que día a día el número de veces vaya disminuyendo. Incluso recomienda hacer un pequeño ritual (imperceptible para las personas que nos rodean) para subrayar el deseo por crecer en libertad: invita a llevarse brevemente la mano al corazón y hacer el compromiso de no volver a caer en esa actitud/acción.

La tercera práctica de interioridad a la que invita Ignacio es el Examen de Conciencia. Su intención es vivir nuestra vida de cara a Dios y su voluntad (comunicada). Busca también contrarrestar nuestra tendencia a la reactividad o a vivir sin tomar conciencia de nuestras acciones y sus consecuencias.

San Ignacio sugería hacerlo dos veces al día (al mediodía y antes de dormir). No debía durar más de 15 minutos, incluido el tiempo para hacer un breve registro en nuestro diario. Cada quien debe elegir el mejor momento para realizar su examen. Lo mismo podemos decir de la frecuencia, sin exageraciones ni ingenuidades.

Con base en el texto de los Ejercicios [EE 32-44] podemos recoger sus características principales. No olvidar que es un tiempo de oración. Queremos desarrollar un corazón que discierne, activamente, siempre, y esto es un don del Señor que hay que pedir. Tratamos de vivir como conciencia que practica el discernimiento en la vida concreta. Ignacio sugiere cinco puntos, para ser vividos con libertad, deteniéndonos en cada uno, lo que el Espíritu nos suscite:

I. Petición de luz. Buscamos desarrollar una visión que discierne el misterio que soy yo. Pedir al Espíritu que nos ayude a vernos mejor a nosotros mismos, tal y como Dios nos ve.

II. Acción de gracias reflexiva. La condición del cristiano en el mundo es la del pobre que nada posee, ni siquiera su propio ser, y que, no obstante, se encuentra colmado de dones. Sólo el verdadero pobre puede llegar a apreciar el don más pequeño y experimentar una auténtica gratitud.

III. Revisión concreta de nuestros actos. No es una lista de actividades con sus respectivas calificaciones. Nuestra inquietud principal es qué nos ha sucedido desde el examen anterior: ¿qué nos ha pasado?, ¿qué trabajo ha realizado Dios en mí?, ¿qué me ha pedido? Prestar atención primero a actitudes, sentimientos y movimientos, y sólo en un segundo momento a las acciones que los acompañan. El Señor no nos pide que enfrentemos todos los retos a la vez. Habitualmente hay una faceta de nuestro corazón cuya conversión nos solicita el Señor de modo especial. En este tercer punto hay que pedir insistentemente el ver mi vida con los ojos de Jesús y según su corazón.

IV. La contrición y el arrepentimiento. Hacernos responsables, no culpables, de las acciones realizadas que contradicen el proyecto de vida al que Dios nos invita, deseando poder amar y servir cada día mejor.

V. Determinación cargada de esperanza. Desear mirar el futuro con un corazón renovado. Pedir llegar a conocer más los caminos del Señor y responder a su llamado con más fe, humildad y valentía. Ánimo y generosidad, dones que hay que pedir. Terminamos registrando en nuestro diario espiritual las principales luces y mociones recibidas.

Otro acercamiento al Examen de Conciencia diario es preguntarnos qué tan conscientes fuimos del paso de Dios por nuestras vidas: ¿en qué momento de mi día fue más fuerte la experiencia de su Presencia?, ¿qué comunicación me deja esa experiencia?, ¿qué me ayuda a estar atento y qué me dificulta mantenerme en la “Presencia de Dios”? La intención es ir creciendo en atención a la Presencia comunicativa de Dios.

También podemos realizar nuestro Examen de Conciencia con base en nuestra “vocación personal”, es decir, la manera como el Señor nos invita a encarnar el amor de forma particular en el mundo. Las preguntas que nos pueden ayudar son: en este día, ¿transparenté el rostro de Cristo que me salva, que me redime?, ¿fui fiel a mi llamado a encarnar el amor de Cristo?, ¿por qué sí o por qué no?

Otro método para hacer el examen es desde la “Contemplación para Alcanzar Amor” con la que terminan los Ejercicios Espirituales de san Ignacio. Iniciamos considerando que absolutamente todo lo que somos y tenemos, todo lo que nos rodea es un “don” de Dios, un acto de su entrega por Amor. Nos posicionamos en el vacío propio del “pobre de espíritu” que reconoce con asombro y gratitud “tanto bien recibido”. Recuperamos el día desde esta Presencia amorosa. ¿Qué tanto he amado en reciprocidad? ¿Percibo en mí la misma actitud de amorosa mutualidad, “yo para ti, como tú has estado para mí”? Recupero vivencias concretas. Y finalmente entrego absolutamente todo al Señor, “tomad Señor y recibid…”. Cierro mi día recuperando la libertad del “pobre de espíritu”.

El objetivo de todos los exámenes no es alimentar una neurosis perfeccionista (como se llegó a hacer en algunos momentos), sino crecer en la conciencia de nuestras actitudes y conductas, procurando que cada vez estén en armonía con los valores del Evangelio.

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