“Ser reflejo del amor de Dios”

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“Ser reflejo del amor de Dios”

Fuente: El Informador

Fecha original de publicación:   13 marzo 2022

Foto: Rome – Transfiguration on the mount Tabor fresco Canva @gettyimages

E

l Evangelio de este Domingo segundo de Cuaresma y en la reflexión de la Iglesia, nos permite recordar el contexto que precede a la Transfiguración del Señor -al igual que en San Mateo y en San Marcos- es, por supuesto, el escándalo y el desánimo que produce en el grupo de los Apóstoles el anuncio que Jesús les hace de su pasión y de su muerte, así como las condiciones que les propone para seguirlo.

Sin embargo, el relato en San Lucas tiene un matiz peculiar y exclusivo: el ambiente de oración personal de Cristo en su comunicación con el Padre. En ese singular contacto filial con Dios en su transfiguración, que hace brillar en su rostro la gloria de su Divinidad y en su destino, su categoría de Elegido, de Hijo amado del Padre, presagiando con ello la luz de su inminente resurrección.

A la luz de este contexto podemos descubrir el cómo la oración, y la fe, no pueden quedar en el plano meramente conceptual, sino que ha de convertirse en la vivencia personal. Solamente ejercitándola se posee, sí, pero es viviéndola como se comprende. Por eso debemos crecer siempre en la oración, al igual que en la fe; y de manera sencilla podríamos disntinguir al menos tres pasos para procurar trasladar a nuestra vida el mensaje de Evangelio.

Primero paso: Para captar el misterio de lo indecible y después testimoniarlo a los hombres, nuestros hermanos, necesitamos saber subir a la montaña, sin querer por eso -como lo quería Pedro- instalarnos en nuestra propio ego o comodidad, pedir a Dios el don del discernimiento para ver con claridad lo que nos ha venido relajando y no permite avancemos.

Segundo paso: Necesitamos el contacto con Dios para responder satisfactoriamente a nuestra vocación y para realizarnos como seguidores de Jesús, a quien demostramos haber escuchado primero en lo profundo de nuestro ser. Igual que en la vida de Jesús, la oración lo ha de ser todo en nuestra vida: comunicación personal con Dios, experiencia de nuestra identidad y de nuestra condición filial, por ello hablemos con Dios un momento todos los días ¿tú ya tienes un momento para hablarle en el día?

Tercer paso. Reconocer que, no hay cristiano, no hay apóstol, no hay testigo, sin oración personal y comunitaria. Hemos de aprender el equilibrio y la unión entre la acción y la contemplación, estar atentos a su escucha y unidos a Él por la oración. Porque sin diálogo con Él no podríamos decir que vamos caminando conforme Dios nos lo pide. Sin este importante presupuesto no hay acuerdo y lo cierto es que esto es así en cualquier campo y contexto de la vida de cada hombre y mujer cristianos.

La Transfiguración del Señor queridos hermanos, nos impulsa por tanto en una doble dirección: mostrar su rostro a los demás, superando nuestros muchos y arraigados egoísmos, y al mismo tiempo, descubrirlo en nuestros hermanos. Dios nos dé la Gracia para lograr este propósito para la mayor Gloria de Dios.

Domingo de la Transfiguración

Tradicionalmente el segundo domingo de la cuaresma se conoce como el domingo de la Transfiguración. Desde los inicios de nuestra fe este momento importante de la vida del Señor ha llamado la atención de los cristianos. Comparto algunos elementos importantes que rara vez se destacan.

Primero, la imagen central de la escena: el rostro y los vestidos del Señor adquieren un brillo extraordinario. Es un símbolo de la presencia de Dios (Luz de toda luz) que ya vemos en el relato del Éxodo cuando el rostro de Moisés irradia luz cada vez que vuelve de estar en diálogo con Dios en la tienda del encuentro (Ex 34, 29-35). Por lo tanto, en la Transfiguración, los testigos (Pedro, Santiago y Juan) son capaces de percibir la presencia divina que habita en el Señor Jesús.

Segundo punto: la presencia de Moisés y Elías. Moisés representa a la Ley, que Dios transmite a su pueblo a través de él. Elías es el profeta de los profetas, el más querido en Israel, el único que fue llevado en cuerpo y en vida al cielo en un carro de fuego. Que Moisés y Elías se suelan representar a los lados de Jesús, quien ocupa el lugar central, subraya que Jesús es más que la Ley y los profetas. Pero hay otro elemento importante. Moisés y Elías son las únicas personas del Antiguo Testamento que se atreven a pedirle a Dios poder verlo cara a cara (Éxodo 33, 18-23; 1 Reyes 19, 9-13). Como vemos en los relatos citados, ninguno de los dos alcanzó a ver en plenitud el anhelado rostro de Dios. Es hasta el momento de la Transfiguración que su deseo es cumplido: en el rostro del Dios Encarnado, en el Señor Jesús, finalmente han podido contemplar el rostro del Dios vivo. Los creyentes son invitados a esperar tener esta misma experiencia.

Tercer punto: en la literatura patrística se subraya que el dramático cambio del aspecto (transfiguración) del Señor en realidad no significó que algo cambiara en Jesús mismo, sino que la transformación fue en la mirada de los apóstoles, que había quedado capacitada por su cercanía al Señor para ver más allá de lo que nuestra mirada superficial alcanza a captar (“dichosos los limpios de corazón, porque verán a Dios”, Mt 5, 8). En los iconos de la transfiguración, los ojos del Señor se dirigen a quien contempla la imagen sagrada, como invitándonos a tener nuestra propia experiencia de la transfiguración: poder descubrir a Dios en todos y en todo.

Cuarto punto: en el evangelio de san Lucas se nos comunica de qué hablaban Jesús, Moisés y Elías: conversaban sobre la entrega de sí que el Señor haría en Jerusalén, la muestra máxima del amor de quien da su vida para que otros tengan vida. A este mensaje central de la vida del Señor Jesús hace referencia la voz del Padre cuando invita a los discípulos de entonces (y a nosotros ahora): “Éste es mi Hijo amado, escúchenlo”, es decir, aprendan de Él el arte de amar para dar vida. Que en este tiempo de Cuaresma sepamos aprender de “Aquél que nos amó primero” (1 Jn 4, 10).

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